jueves, 1 de agosto de 2013

Recorridos de interés

La ruta del olivo

Aimogasta y sus aceitunas

Al norte de La Rioja, la ciudad de Aimogasta es el principal centro de cultivo de una aceituna única en el mundo –y riojana— conocida como variedad Arauco. Las plantaciones –con su hermosa simetría— se están convirtiendo en un atractivo turístico para quienes desean conocer de cerca como es el cultivo de las sabrosas aceitunas.
Conocida internacionalmente como Arauco, esta variedad se desarrolló naturalmente en los alrededores de Aimogasta, bendecida por un clima favorable. Fácilmente reconocible por su gran tamaño y un sabor peculiar, se las cosecha verdes o maduras –negras-, para llevarlas a la mesa, o bien transformarlas en conserva, pasas, salmuera o aceite de oliva.
Aimogasta es reconocida como la cuna de la olivicultura en nuestro país, donde se producen las mejores aceitunas. Esta ciudad de 10.000 habitantes es la cabecera del departamento de Arauco, y además de tener a las plantaciones de olivos como su industria fundamental, poco a poco va a trayendo al turismo que llega para saciar la curiosidad despertada por conocer como es el cultivo de la aceituna.
Pero no son “cualquier aceituna”, sino una variedad única y conocida en el mundo como arauco. Esta aceituna se desarrolló naturalmente en los alrededores de Aimogasta gracias a las condiciones climáticas ideales de la zona. La producción riojana de aceitunas –que comenzó su despegue a comienzos del siglo XX-- se vende en todo el país, y el principal comprador extranjero es Brasil. Los productores más importantes son empresas como Agroaceitunera S.A., El Matucho S.A., Nucete y la Compañía Industrial Olivarera SRL. Además de las grandes agroaceituneras, en Aimogasta está también Hilal Hermanos, una pequeña fábrica familiar que produce aceite de oliva extravirgen, a través de un método de extracción artesanal. Un gran molino de piedra realiza la molienda y la prensada en frío. En un galpón antiguo y rústico, el perfume frutado que se advierte a la entrada, bien adentro se transforma en explosión. Una copita para probar y todo ese estallido se traslada: la intensidad sutil de la nariz se suaviza en la boca. Las fincas de estas empresas rodean todo Aimogasta, conectadas por una buena red vial de asfalto que permite observar desde muy cerca las plantaciones, ubicadas a la vera de la ruta. Además la ciudad dispone de una buena red de servicios hoteleros y gastronómicos para el viajero. Para observar los paisajes conformados por las simétricas plantaciones de aceituna, basta con salir a recorrer las zonas aledañas a la ciudad. Y de paso visitar otros atractivos como El Bañado de los Pantanos, que fue un antiguo asentamiento indígena convertido hoy en un oasis productivo con plantaciones de jojoba. También se puede visitar el famoso peñasco conocido como El Señor de la Peña, que en medio de la nada oficia de sede para una de las fiestas religiosas más importantes de la provincia. Upinango, por su parte, es una pequeña localidad ubicada a 18 kilómetros de Aimogasta con una iglesia centenaria en ruinas que justifica una visita. Otro sitio histórico en los alrededores de Aimogasta es el fuerte español El Pantano –del que solo quedan unos rastros--, construido en 1635 durante el gran levantamiento calchaquí que enfrentó seriamente a los españoles. La ciudad de Aimogasta tiene un camping llamado Los Nacimientos, que cuenta con cursos de aguas, sauces y palmeras para pasar una fin de semana de vida al aire libre. Las aceitunas de la variedad arauco, tal como llegan a la mesa de los consumidores que tiene en el mundo entero, es decir, la recolección, selección, envasado, es un cuidado proceso artesanal al que esta empresa añade tecnología avanzada. Pero si la localidad riojana produjo un gigante de la actividad es porque la casi totalidad de los aimogasteños tiene parcelas en las que cultivan unas 50 variedades de aceituna, quese suman a las 26 mil hectáreas que el mencionado Nucete posee en la provincia.

El Olivo Centenario 

A 3 kilómetros de Aimogasta –en la localidad de Arauco— existe un olivo precedido por un cartel con la siguiente leyenda: “Olivo Fundador de la Olivicultura Argentina, plantado en el siglo XVII por el Capital Diego de Alvarado”. No se sabe si será historia o leyenda, pero según la tradición oral de la zona el Rey Carlos III de España hizo talar en 1870 todos los árboles de olivos de La Rioja porque temía que la calidad de las aceitunas plantadas aquí pudiera superar alguna vez a la española, que era la primera en el mundo. Aparentemente este olivo histórico de la localidad de Arauco sería el único sobreviviente de aquella tala. De manera increíble, esta ejemplar se adaptó y prosperó en medio de la sequedad del clima, y sería de alguna manera el “abuelo” de todas las aceitunas riojanas. Declarado Monumento Nacional, el olivo de más de 200 años sigue produciendo sabrosas aceitunas.

La ruta del vino

El camino del vino en la provincia de La Rioja integra a los Valles del Famatina como zona principal en la producción, elaboración e industrialización de vinos, y a los Valles de la Costa por su importante concentración de pequeñas Bodegas que realizan la elaboración de vinos en forma íntegramente artesanal.

Una Cultura que se exporta

Conocer el paso a paso de la elaboración del vino y hasta participar de la cosecha. Observar el embotellado y aprender sobre la guarda. Y por supuesto degustar toda la variedad de vinos inmersos en una cultura centenaria. Eso es lo que hacen los turistas en las bodegas de La Rioja. La Ruta del Vino Riojano es un recorrido por el interior de la provincia, dónde el enoturismo se enlaza con otras actividades, como su arquitectura, sus paisajes, su riqueza cultural y su producción. Estos paseos no abarcan exclusivamente a los grandes productores de vino, y están compuestos dos perfiles bien definidos, el industrializado y el artesanal. El primero va desde la Capital hasta Santa cruz, que es la última localidad del departamento Castro Barros. En cada pueblo, en cada rincón, pueden degustarse los tradicionales vinos caseros que atrapan el sabor de las cosas hechas en casa. La producción de dulces, quesos, nueces confitadas, y variedades de frutos en almíbar realizados en forma artesanal completan el recorrido de los exquisitos sabores riojanos. Y en el segundo, se muestra la tecnología en la producción y elaboración desde los Valles del Famatina hasta Villa Unión.  En La Rioja actualmente hay 17 bodegas, y cinco de ellas ofrecen servicios al turista: La Riojana, Chañarmuyo, San Huberto, La Puerta y desarrollándose el emprendimiento Haras de San José. Con actividad en los Valles del Famatina, La Riojana es una cooperativa que exporta el 25 % de sus variedades Syrah, Malbec, Chardonnay, Merlot, Cabernet Sauvignon y, por supuesto, el Torrontés Riojano a más de 25 países. Pero el primer hostal que abrió pensando en el enoturismo fue el de la bodega Chañarmuyo, cuyos viñedos están a 1720 metros de altura, y en una zona muy atractiva para el turista, a pocos kilómetros de Famatina, dónde se puede realizar parapente o llegar hasta la mina La Mejicana en una travesía 4x4.

La ruta de los dinosaurios

El corredor ecológico y turístico de los dinosaurios en la región argentina de Cuyo, conocido como la Ruta de Los Dinosaurios, une los Parques Sierra de las Quijadas (San Luis), Ischigualasto “Valle de la Luna” (San Juan) y Talampaya (La Rioja). Su recorrido completo nos llevará al menos tres días para poder apreciarlo a pleno.
En La Rioja, El P.N. Talampaya conforma la llamada Cuenca Triátasica de Ischigualasto, una vasta región desértica donde afloran antiguos sedimentos instalados allí por la erosión a comienzos de la era mesozoica, es decir hace 250 millones de años. En aquel tiempo el clima de esta la región era tropical húmedo y la vegetación era muy abundante y frondosa. La cordillera de Los Andes todavía no existía, ni tampoco el Famatina -que se ve desde algunos puntos del valle.

La visita a Talampaya es un viaje de lleno al inicio de los tiempos. En este desolado paraje de 215.000 hectáreas, donde hoy descansa un lagarto somnoliento, con seguridad caminó alguna vez un enorme dinosaurio. Una gran cantidad de fósiles animales encontrados en estos parques,- son estudiados en el Museo de Ciencias naturales de La Rioja y en el Centro de Investigaciones Crillar. Estos estudios están ayudando a completar la línea de puntos que está permitiendo a los científicos determinar cuando y como aparecieron los primeros dinosaurios sobre la tierra, hace nada menos que 248 millones de años. Con la finalidad de resguardar este impresionante tesoro de gran valor científico, toda la cuenca conformada por Talampaya fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en el año 2000.

Parque Nacional de Talampaya


Un viaje al periodo triásico

La imagen emblemática de La Rioja es el cañón de Talampaya, en el parque homónimo situado a 250 kilómetros de la ciudad de La Rioja, y a 50 kilómetros de la ciudad de Villa Unión, condensa millones de años de historia geológica. Sus paredes, erosionadas por el tiempo, fueron testigos del transitar de los dinosaurios primero y del hombre primitivo con posterioridad. Este Parque Nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO conforma parte de la llamada Cuenca Triásica de Ischigualasto, una vasta región desértica donde afloran antiguos sedimentos instalados allí por la erosión a comienzos de la era mesozoica, es decir hace 250 millones de años. El inapelable trabajo del viento y la erosión, han dado forma a cada recodo del paisaje, ofreciendo caprichosas esculturas naturales de gran tamaño. A medidos del triásico, llegó a estas tierras la especie antecesora de los dinosaurios. Se los llamó arcosaurios. La mayor parte de los arcosaurios se encontraron en Talampaya, en la formación llamada Los Chañares. Estos primitivos ejemplares únicos en el mundo que antecedieron a los dinosaurios son el lagerpentón chañarensis, el lagosuchus talampayensis, y el largenpentón Este lugar asistió también a la existencia de las culturas Ciénaga y Diaguita, entre los siglos III y X de nuestra era, tal como lo prueban morteros cavados en la roca.
El Parque Nacional Talampaya está dividido en tres circuitos turísticos.
El primero es El Murallón y comienza junto a unos petroglifos tallados en la piedra por antiguas culturas indígenas que dibujaron figuras de animales como guanacos, pumas y ñandúes, y también seres humanos. También hay morteros cavados en la piedra que se estima que pertenecieron a las culturas Ciénaga y Diaguita, que poblaron la zona entre los siglos III al X, D.C. El paseo continua hacia el interior del cañón hasta un paredón de 150 metros de altura. Allí, un Jardín Botánico representado por el algarrobo, el chañar y el molle en un bosquecillo de 500 metros contrasta con la aridez del paisaje. Detrás del Jardín Botánico el agua de lluvia creó en la pared una hendidura vertical de forma cilíndrica llamada La Chimenea. El camino continúa hacia el interior del cañón y aparecen ahora las geoformas conocidas como Los Reyes Magos, La Catedral, con su inconfundible aire de grandiosidad gótica y más adelante El Monje. 
El segundo circuito se llama Los Cajones y avanza por un cañón que se va angostando hasta que ya no queda lugar para la camioneta. Finalmente se llega a un enigmático lugar llamado Los Pizarrones, un extenso mural de 15 metros de largo con antiguos grabados indígenas con imágenes de la fauna autóctona y figuras humanas.
La Ciudad Perdida es el tercer circuito del parque, y también el más extenso. La recorrida dura 6 horas y comienza con la camioneta avanzando por el lecho seco del Río Gualo. Lueg se hace una caminata sorteando dunas y pampas pobladas por guanacos hasta llegar a un mirador natural. Allí hay un cráter de 3 kilómetros de extensión con fantásticas formaciones en su interior. Se trata de una depresión del terreno de 70 metros de profundidad con interminables laberintos diseñados por las corrientes de agua. Entre los tesoros escondidos hay un gran anfiteatro natural de 80 metros de profundidad excavado por la erosión.

El museo

La zona del Parque Nacional Talampaya estuvo habitada por pequeños grupos indígenas a lo largo de más de 2000 años y de forma espaciada. Para obtener una idea cabal del valor arqueológico del parque hay que visitar el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de La Rioja. En las cuevas y aleros montañosos del parque aparecieron numerosos vestigios que hoy se exhiben en las vitrinas del museo. En otros lugares del parque se encontraron restos de cerámica, varios enterratorios y unos lanzadardos de madera en perfecto estado de conservación que los fechados de radiocarbono ubicaron en el año 660, A.C.

Reserva Natural Quebrada del Cóndor


El reino de las alturas


Al sur de la provincia, en la reserva natural Quebrada de los Cóndores el puesto rural Santa Cruz de la Sierra ofrece alojamiento y cabalgata a una espectacular saliente montañosa próxima a la morada de un centenar de cóndores que planean a metros del visitante. Si estadía es de dos o tres días, el avistaje se puede combinar con paseos por circuitos alternativos como el de “Las Pinturas Rupestres” y con la pesca de truchas en unos piletones naturales de agua cristalina.
El viaje a Quebrada de los Cóndores se realiza en vehículo doble tracción y parte desde Tama, un pueblito ubicado al sur del la provincia –a 180 kilómetros de la ciudad de La Rioja– hasta la Sierra de Los Quinteros. Gracias a su remota geografía, estas extrañas y sorprendentes serranías de rocas de granito,- cubiertas de pastizales, pequeñas quebradas y cactus en flor- protegen al 80% de esta comunidad de cóndores andinos, formada por 150 ejemplares. Una especie que en todo el continente está al borde de la extinción.
La posta. El camino que dura aproximadamente tres horas, asciende con suavidad por algunas cornisas de la quebrada hasta llegar a los altos de una meseta. Allí está el puesto rural de Santa Cruz de la Sierra, el punto base para alcanzar la Quebrada de los Cóndores. Se trata en realidad de la casa centenaria donde vivieron los tatarabuelos, los bisabuelos, los abuelos y los padres de José de la Vega. La cordialidad y la hospitalidad de José, quien no nos recibe con silencioso entusiasmo, es una de las más gratas impresiones que recibe el visitante. La posada está preparada para brindar alojamiento para diez personas en habitaciones dobles provistas de baño privado y un comedor rustico donde la comida es en sí misma un verdadero motivo que justifica el viaje. Entre las delicias de la cocina riojana se sirven cazuela de gallina, cabrito la horno de barro, locro, empanadas, puchero de cabra y frutas silvestres cosechadas “in situ” por el mismo visitante. También suelen realizarse fogones criollos y entretenimientos campestres, donde los baqueanos narran con mucha calma, la rutina de la vida en este lugar.
Hacia la Quebrada. Antes de partir, un sol radiante augura que la excursión que comienza con una caminata hasta el lugar donde nos esperan los caballos, superará las expectativas más ambiciosas. La cabalgata que se avecina dura un poco más de hora y media, el tiempo necesario para atravesar los 4 kilómetros hasta el mirador natural de la quebrada de los cóndores.
El ascenso es lento y hay que hacerlo con mucha precaución, dada la dificultad del terreno. El recorrido sortea pequeños arroyos y nacimientos de vertientes que brotan entre las inmensas rocas de granito, hasta llegar al desfiladero que conduce al “Mirador de los Cóndores”, un gigantesco peñasco que sobresale del acantilado unos 3 ó 4 metros, a más de 1800 msnm.
Después de transitar una angosta huella serpenteando la montaña, acercarse a la cima de esta saliente que domina el paisaje, es el gran secreto. Desde ahí se divisan hileras de montañas cubiertas de verde, varios riachuelos que marcan un trazo profundo entre las quebradas y el camino hasta la posta. La abrumadora presencia del acantilado, escogido por estos reyes del aire para establecer su morada, causa un poco de impresión. Tal vez por ello, desarrollaron la capacidad de vivir en estos inmensas y recónditas montañas cuyos recovecos y pequeños relieves sirven para constituir y proteger sus nidos.
La escena es tan espectacular que mientras disfrutamos del paisaje con embeleso, en un primer momento no percibimos que más de cuarenta cóndores planean sigilosos a pocos metros sobre nuestras cabezas. El encuentro es hipnótico y emocionante. Pareciera que los cóndores están tan asombrados por nuestra presencia como nosotros por la de ellos. Así, como en un ritual silencioso, permanecemos sentados en la cima de la montaña más de dos horas, viendo como las aves pasan una y otra vez , en círculos y en línea recta hasta esconderse en sus nidos entre las fisuras de las rocas.
Al emprender el regreso, es cuando uno se da cuenta del efímero pero mágico momento que termina al atardecer. Por el oeste el sol se esconde entre una cortina de nubes, y el descenso es una tarea más sencilla, mientras el aire puro y la brisa silban suavemente como en señal de despedida.

Vestigios y Pinturas Rupestres

Este paseo dura un total de seis horas de recorrido. La primera etapa es una caminata de una hora bordeando el lecho del río Santa Cruz, a cuyos lados brotan una multitud de pequeñas flores silvestres cubriendo el trayecto como una especia de alfombra de terciopelo de colores naranja, verde y blanco.

Cada tanto parece algún manantial que brota entre las piedras y pequeños saltos de a agua que forman balnearios naturales. Conejos, zorros, liebres, y aves son otras de las sorpresas que renuevan el asombro del visitante durante todo el trayecto. Se llega así hasta la sombra de un bosquecillo de frondosos molles (árbol típico de la zona) que hace de parador. Allí, se detiene la marcha para almorzar comida típica (asado), y refrescarse un rato junto al río. Luego de este descanso en un microclima especial, se continúa a caballo hasta llegar al lugar donde nuestros antepasados aborígenes para dejaron su huella en la roca. 

Chilecito, la Perla del Oeste

Chilecito, entre el Velasco y el Famatina

Chilecito, la segunda ciudad en importancia de la provincia considerando sus aspectos económico, industrial, turístico y demográfico, esta ubicada entre las sierras del Velasco y del Famatina, que dan origen al extenso valle Antinanco – Los Colorados, al pie del Famatina.
Dos hechos de gran importancia hicieron prosperar a esta ciudad: la llegada del ferrocarril, en 1899 y la construcción del cable carril.
El cable carril fue una obra extraordinaria que transformo Chilecito por aquellos años. Hasta entonces, los minerales del Famatina se trasladaban a lomo de mula hasta los hornos de fundición por los escabrosos senderos de la montaña. Para vencer el desnivel existente entre la mina La Mejicana y la estación ferroviaria de Chilecito, mediante gestiones personales de Joaquín V. González se encaró la construcción del cable carril, que en su trayecto unía nueve estaciones: Chilecito, El Durazno, El Parrón, Rodeo de las Vacas o Siete Cuevas, Cueva de Romero, Cielito, Calderita Nueva, Los Bayos y La Mejicana. Pero el fin de tanta prosperidad esta cerca. “La guerra del `14 comprometió los capitales ingleses, las actividades se paralizaron, el cable carril dejó de funcionar y Santa Florentina – donde se encontraban los hornos de fundición, se convirtió en un cementerio de máquinas metidas en la roca.”
Entre los muchos lugares que merecen ser visitados en Chilecito encontramos: el Museo Molino de San Francisco, la Iglesia Parroquial, La Casa de la Niñez de Joaquín V. González, la Casa de los Dávila, las Tamberías del Inca, Samay Huasi.

Se puede iniciar una serie de recorridos para conocer la extensa región del oeste riojano, que es una verdadera sinfonía de color. Así se conocerán pueblos que aparecen como pintados entre quebradas, como Nonogasta, Sañogasta, Aicuña, Villa Unión, Villa Castelli, Vinchina o Jague, último pueblo antes de llegar a la Cordillera de los Andes.

Los Llanos Riojanos

La Ruta de los Caudillos


El sur riojano ha sido protagonista de episodios claves en la consolidación de la nacionalidad, y sus paisajes son privilegiados testigos del paso de personajes de un indiscutible aporte a las páginas grandes de la historia. Tierra de caudillos como el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga y Felipe Varela, líderes de tierra adentro que encarnaron la idea de federalismo y la defendieron a sangre y fuego, en los hoy pacíficos rincones de la provincia todavía se escucha su andar. Desde Patquía hacia el sur, pasa a lo largo de pequeños poblados de casas de adobe, con arboledas tupidas que flanquean sus angostas calles. Pueblitos tan riojanos, con habitantes sencillos y muchas historias para contar. Aquí, la vida cotidiana transcurre en torno al telar. Los hombres y los niños crian y esquilan los animales. Las mujeres y niñas tejen. Una mecánica repetición de costumbres que los arraiga cada vez más a su tierra y a su cultura. Este corredor, nace en La Ciudad de La Rioja, y cuenta con la particularidad de estar vinculado a las provincias de San Juan, San Luís y Córdoba. 

Reserva Natural Laguna Brava

Los Colores del Silencio

Para llegar hasta la zona de Laguna Brava y Laguna Mulas Muertas hay que ir desde Vinchina a Jague, a 1.900 msnm, y desde allí a Puerta de la Quebrada, ya en la cordillera, pasando por Cerro Punta Negra, Río Colorado, Los Mudaderos, Agua de Cándida, Agua Quemada y Pampas del Leoncito.

A más de 4000 metros de altura, la reserva de vicuñas y flamencos Laguna Brava es un paraíso semi-oculto en la cordillera de los Andes. La reserva provincial Laguna Brava esta ubicada a 450 kilómetros al oeste de la capital provincial. Se trata de una reserva natural creada en 1980 para preservar a las comunidades de vicuñas y guanacos que, como consecuencia de la caza furtiva, estaban al borde de la desaparición. La reserva tiene una extensión de 5.000 hectáreas, y lleva el nombre de Laguna Brava por ser ésta la mayor de toda la región, con una superficie de 17 kilómetros de largo por 4 de ancho. La reserva abarca además una serie de lagunas menores formadas de manera temporal por los deshielos. El viaje hacia la Laguna Brava comienza en el pueblo de Vinchina a 330 kilómetros de la capital de La Rioja. La única calle que tiene el pueblo desemboca en un puente sobre el río Bermejo. A partir de allí, un camino de tierra que se puede transitar con autos comunes asciende por la Quebrada de La Troya. El recorrido continúa hasta Alto Jague, último poblado que se atraviesa antes de ingresar en la inmensidad de la cordillera. A partir de Jague el camino continúa por la Quebrada Santo Domingo, a través de suaves lomadas que parecen recubiertas de un terciopelo azul, verde, violeta, marrón y anaranjado, debido a los minerales del suelo. Cada tanto, sobre las laderas desérticas, se puede ver la carrera grácil de los guanacos y vicuñas interrumpe la quietud de piedra en las alturas. La cuesta siguiente es la "Quebrada del Peñón". A la orilla de la ruta hay curiosos refugios de forma circular con paredes de piedra y argamasa (mezcla de cal y tierra). Las construcciones miden cinco metros de diámetro por tres y medio de alto, y su arquitectura es similar a la de un iglú, terminando en una cúpula. Se trata de los trece refugios levantados en la zona entre 1864 y 1873 para albergar a los arrieros que conducían ganado a Chile. El ascenso continúa hasta los cuatro mil metros de altura. Finalmente se abandona el camino principal para avanzar por una huella de ripio sobre las lomadas. Al acercarse al centro del valle aparece la imagen de una laguna ovalada con majestuosos picos a su alrededor (el Veladero, el Bonete Chico y el Pissis -el segundo más alto de América, con 6.882 msnm). A lo lejos se alcanzan a ver los restos de un avión abandonado que realizó un aterrizaje de emergencia en los años cincuenta. La serenidad inmóvil del ambiente se rompe cuando un centenar de flamencos rosados extiende sus alas y levanta vuelo al unísono. Frente a esta imagen, la sensación es la de haber llegado para interrumpir la calma absoluta del reino de la soledad, ese descomunal valle multicolor donde las montañas adquieren extraños tintes de azul, naranja, verde, violeta y marrón.

Los Pueblos de La Costa

La Costa Riojana

Este es el bellísimo circuito de los Pueblos de la Costa, que son diez, o que son once con Los Molinos, Angullón, San Pedro y Santa Vera Cruz, pero que alguna vez fueron siete.
Atahualpa Yupanqui, cuando se entera, en 1939, de la muerte de No Manuel Silplituca, indio de Chuquis, le dedica sus versos en los que habla de siente pueblos costeños:
“Un zonda de mayo se llevó tu canto por raros caminos bajo el cielo añil. Y en los siete pueblos de la costa gaucha se apagó el repique de tu tamboril. Viejo Silplituca de las viejas chayas te canto mis coplas en tono menor. Y pienso guardarme la mejor vidala para que algún día cantemos los dos.”
Simplemente hay que tomar una ruta y empezar a andar. Así se encontrarán bellezas en cada curva del camino, se estará en contacto con la naturaleza y con la gente de La Rioja, con su bondad y su simpatía. Se pasará or pueblos muy pequeños que han dado grandes hombres al país y se tendrá la historia y la tradición al alcance de la mano. Simplemente pos estar en tierra riojana.
A diez kilómetros de la ciudad de La Rioja nos encontramos con la Quebrada de los Sauces. El camino que bordea el río Los Sauces está cubierto de cardones y allí se goza de microclima que acompaña todo el faldeo de la quebrada.
Tras dejar la cuesta del dique Los Sauces, se desciende a un pintoresco valle intermontano donde está Villa Sanagasta. La villa es un lugar de veraneo, con las comodidades necesarias y con el afecto y el calor de los lugareños.
Al seguir el camino y teniendo a la vista la majestuosidad y belleza de las Sierras de Velasco, se atraviesa la Cuesta de Huaco, de nueve kilómetros de extensión y 1.280 msnm. Es un lugar de encanco, con depresiones y hondonadas salpicadas de rocas multicolores.
Cuando se deja atrás la zona de la Cuesta comienzan a aparecer en continua sucesión pequeñas y pintorescas poblaciones, levantadas en la zona del faldeo noroeste del Velasco. Ellas son conocidas con el nombre general de “los pueblos de la costa riojana”.
Las Peñas - el más pequeño de todos, Pinchas, Chuquis - tierra natal del presbítero Pedro Ignacio de Castro Barros, Aminga - cabecera del departamento Castro Barros, Anillaco.

martes, 30 de julio de 2013

Revista Digital


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Tinkunaco es una voz quechua que traducida al español significa encuentro. Nace de un hecho histórico ocurrido en 1593, cuando los diaguitas de la recién fundada Ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja se levantaron en armas para protestar por el mal ejercicio de la autoridad que hacían los españoles. No hubo enfrentamiento bélico gracias a la intervención de San Francisco Solano. El español aceptó la exigencia del diaguita, quien pedía la destitución del alcalde de la ciudad y el nombramiento, en su lugar, del Niño Jesús, con cuya imagen se les había anunciado el Evangelio. De allí surge el Niño Alcalde, máxima expresión de paz en suelo riojano y a la vez perfil perfecto de quien gobierna.
Hacia 1640, los padres jesuitas, recién llegados para colaborar con el fundador don Juan Ramírez de Velasco, captaron esos sentimientos populares y crearon una ceremonia religiosa que perdura hasta nuestros días. Aún hoy, cada 31 de diciembre, fecha en que los españoles renovaban sus autoridades, parte una procesión desde el templo de San Francisco con la imagen del Niño Alcalde y sus devotos vestidos con vincha y poncho o corona y escapulario cantando en quechua una antigua salmodia en honor a la Virgen de Copacabana. La otra procesión sale desde el templo catedral con la imagen de San Nicolás y sus devotos vestidos con la banda y la bandera del álferez español. El lugar de encuentro de las dos procesiones es frente a la Casa de Gobierno, como para reafirmar que el conflicto fue de carácter político.
Y en señal de paz, todos, incluido el santo, nos arrodillamos ante el Niño Alcalde y nos damos un abrazo en medio de la algarabía y los aplausos de felicidad y aprobación.
Esta es la razón por la que los riojanos le damos a esta ceremonia el carácter de fundacional, porque somos hijos del encuentro o de la fusión del español con el diaguita.

Y cuando la campana canta
el Tinkunaco grande
La Rioja florece
en historia, vida y mensaje.

Monseñor Enrique Angelelli