El reino de las alturas
Al sur de la provincia, en la
reserva natural Quebrada de los Cóndores el puesto rural Santa Cruz de la Sierra ofrece alojamiento y
cabalgata a una espectacular saliente montañosa próxima a la morada de un
centenar de cóndores que planean a metros del visitante. Si estadía es de dos o
tres días, el avistaje se puede combinar con paseos por circuitos alternativos
como el de “Las Pinturas Rupestres” y con la pesca de truchas en unos piletones
naturales de agua cristalina.
El viaje a Quebrada de los
Cóndores se realiza en vehículo doble tracción y parte desde Tama, un pueblito
ubicado al sur del la provincia –a 180 kilómetros de la
ciudad de La Rioja –
hasta la Sierra
de Los Quinteros. Gracias a su remota geografía, estas extrañas y sorprendentes
serranías de rocas de granito,- cubiertas de pastizales, pequeñas quebradas y
cactus en flor- protegen al 80% de esta comunidad de cóndores andinos, formada
por 150 ejemplares. Una especie que en todo el continente está al borde de la
extinción.
La posta. El camino que
dura aproximadamente tres horas, asciende con suavidad por algunas cornisas de
la quebrada hasta llegar a los altos de una meseta. Allí está el puesto rural
de Santa Cruz de la Sierra ,
el punto base para alcanzar la
Quebrada de los Cóndores. Se trata en realidad de la casa
centenaria donde vivieron los tatarabuelos, los bisabuelos, los abuelos y los
padres de José de la Vega. La
cordialidad y la hospitalidad de José, quien no nos recibe con silencioso
entusiasmo, es una de las más gratas impresiones que recibe el visitante. La
posada está preparada para brindar alojamiento para diez personas en
habitaciones dobles provistas de baño privado y un comedor rustico donde la
comida es en sí misma un verdadero motivo que justifica el viaje. Entre las
delicias de la cocina riojana se sirven cazuela de gallina, cabrito la horno de
barro, locro, empanadas, puchero de cabra y frutas silvestres cosechadas “in
situ” por el mismo visitante. También suelen realizarse fogones criollos y
entretenimientos campestres, donde los baqueanos narran con mucha calma, la
rutina de la vida en este lugar.
Hacia la Quebrada. Antes de
partir, un sol radiante augura que la excursión que comienza con una caminata
hasta el lugar donde nos esperan los caballos, superará las expectativas más
ambiciosas. La cabalgata que se avecina dura un poco más de hora y media, el
tiempo necesario para atravesar los 4 kilómetros hasta el
mirador natural de la quebrada de los cóndores.
El ascenso es lento y hay que
hacerlo con mucha precaución, dada la dificultad del terreno. El recorrido
sortea pequeños arroyos y nacimientos de vertientes que brotan entre las
inmensas rocas de granito, hasta llegar al desfiladero que conduce al “Mirador
de los Cóndores”, un gigantesco peñasco que sobresale del acantilado unos 3 ó 4 metros , a más de 1800
msnm.
Después de transitar una angosta huella
serpenteando la montaña, acercarse a la cima de esta saliente que domina el
paisaje, es el gran secreto. Desde ahí se divisan hileras de montañas cubiertas
de verde, varios riachuelos que marcan un trazo profundo entre las quebradas y
el camino hasta la posta. La abrumadora presencia del acantilado, escogido por
estos reyes del aire para establecer su morada, causa un poco de impresión. Tal
vez por ello, desarrollaron la capacidad de vivir en estos inmensas y
recónditas montañas cuyos recovecos y pequeños relieves sirven para constituir
y proteger sus nidos.
La escena es tan espectacular que
mientras disfrutamos del paisaje con embeleso, en un primer momento no
percibimos que más de cuarenta cóndores planean sigilosos a pocos metros sobre
nuestras cabezas. El encuentro es hipnótico y emocionante. Pareciera que los
cóndores están tan asombrados por nuestra presencia como nosotros por la de
ellos. Así, como en un ritual silencioso, permanecemos sentados en la cima de
la montaña más de dos horas, viendo como las aves pasan una y otra vez , en
círculos y en línea recta hasta esconderse en sus nidos entre las fisuras de
las rocas.
Al emprender el regreso, es
cuando uno se da cuenta del efímero pero mágico momento que termina al
atardecer. Por el oeste el sol se esconde entre una cortina de nubes, y el
descenso es una tarea más sencilla, mientras el aire puro y la brisa silban
suavemente como en señal de despedida.
Vestigios y Pinturas Rupestres
Este paseo dura un total de seis
horas de recorrido. La primera etapa es una caminata de una hora bordeando el
lecho del río Santa Cruz, a cuyos lados brotan una multitud de pequeñas flores
silvestres cubriendo el trayecto como una especia de alfombra de terciopelo de
colores naranja, verde y blanco.
Cada tanto parece algún manantial
que brota entre las piedras y pequeños saltos de a agua que forman balnearios
naturales. Conejos, zorros, liebres, y aves son otras de las sorpresas que
renuevan el asombro del visitante durante todo el trayecto. Se llega así hasta
la sombra de un bosquecillo de frondosos molles (árbol típico de la zona) que
hace de parador. Allí, se detiene la marcha para almorzar comida típica
(asado), y refrescarse un rato junto al río. Luego de este descanso en un
microclima especial, se continúa a caballo hasta llegar al lugar donde nuestros
antepasados aborígenes para dejaron su huella en la roca.
0 comentarios:
Publicar un comentario